Publicado en "Nueva Politica", Enero 2012
Luego de criticar permanentemente las actitudes imperiales de países del norte, es en el sur donde vemos mayores actitudes de imperio. Pasar de un país de militares e inflaciones de varios dígitos a ser ahora una potencia en pocos años tiene repercusiones serias en cuanto a la cultura y la forma de llevar las relaciones internacionales.
Hay que reconocer plenamente los procesos de estabilidad política y económica, crecimiento económico, industrialización, tecnificación, reducción de la pobreza y desarrollo que viene llevando adelante Brasil. La estabilidad que se consigue desde la llegada al poder casual de Itamar Franco y las buenas gestiones de Fernando Henrique Cardozo, Luis Ignacio da Silva (Lula) y ahora Dilma Rouseff han llevado al país a ser una verdadera potencia a nivel mundial.
También es de admirar el proceso de dignificación del individuo mediante programas sociales efectivos que promueven también modelos educativos para reducir la pobreza, así como la mejora sustancial en materia de derechos humanos y garantías democráticas.
Brasil también se ha convertido en un gran gigante en materia de inversión, petrolera, aeronáutica, construcción y agricultura. En ese proceso ha venido penetrando diversos mercados y favoreciendo a industrias brasileras. Odebrecht, de la mano de la gestión directa negociadora de los presidentes de Brasil, se ha vuelto un gigante de la construcción en toda la región, gran parte de las renovaciones de flotas de aviones comerciales de mediano alcance en Estados Unidos y en toda la región son con aviones de Embraer, y Petrobras esta en Venezuela, Bolivia y en muchos otros países, como un gigante petrolero. El país viene usando Banco Nacional de Desarrollo Económico e Social (BNDES) como brazo de inversión que facilita apoyo tecnológico, comercial y de crédito pero con garantía de contratación de tecnología brasilera.
Lamentablemente todo lleva un precio y de la mano del crecimiento económico del Brasil también ha venido creciendo las aspiraciones globales de ser un actor principal en materia de geopolítica. No hablamos de una gestión responsable de diplomacia democrática, hablamos del uso de la influencia del Brasil apoyando gobiernos de países poco democráticos como Venezuela, Nicaragua, Cuba o Bolivia, a cambio de contratos y posibilidades exclusivas para las empresas brasileras. Y no es de extrañar que en Venezuela la mayoría de las construcciones lleva el sello de Odebrecht o que en Nicaragua los programas de bioenergía sean brasileros. Es un Brasil que no le teme un día negociar con Irán, besar a Hugo Chávez, tomarse la foto con los tiranos Castro y al día siguiente sentarse en la mesa con Obama en Estados Unidos y estrechar los lazos de amistad.
Una diplomacia que habla de los logros internos pero que va a ensuciar el patio trasero del vecino, eso se parece tanto a lo que se criticaba de los modelos imperiales. Un gobierno que promueve el principio de no intervención en materia de democracia o derechos humanos, claro no intervención si se trata de afectar los intereses económicos del país en un país autocrático. Pero si impulsa directamente a candidatos a la presidencia en países pequeños que le pueden ser afines a sus políticas de mercado “fabricados no Brasil” o defiende abiertamente a la “democracia” de Hugo Chávez o los “derechos humanos” de la dictadura de Cuba. La estrategia brasileña internacional es el uso de todas las herramientas posibles de influencia y manipulación de su posición dominante en beneficio de sus propios intereses.
El comienzo del gobierno de Dilma Rouseff marcaba buenos augurios con algunas decisiones iniciales en Naciones Unidas que hacían ver que Brasil se encaminaba a un impulso internacional a los derechos humanos y a los organismos internacionales. Ese proceso duro muy poco y en su lugar la Presidenta Rouseff ha permitido que el principio de “no intervención” se haga parte estratégica de la política exterior y además se viene conspirando activamente en el debilitamiento de la Organización de Estados Americanos (OEA) simplemente para mermar o eliminar el Sistema Interamericano de derechos Humanos.
En lugar de recordar el pasado y ayudar a otros países en situaciones difíciles mediante una diplomacia efectiva sur-sur con la exportación de más y mejores democracias, la diplomacia brasilera ha preferido a ritmo de samba extender su control y poder en la región, así como fortalecer su rol dominante “imperial” y aprovechar todos los espacios posibles, Itamaraty se ha convertido en una diplomacia sin alma ni escrúpulos.
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